La IA en las aulas: entre el entusiasmo tecnológico y las lecciones del pasado

La revolución de la inteligencia artificial ya no es ciencia ficción, sino una realidad que está remodelando industrias enteras y muchos aspectos de la vida cotidiana, incluyendo la educación. Este cambio vertiginoso exige un debate profundo sobre las posibilidades tecnológicas y los dilemas éticos que surgen.

En un reciente evento en el Colby College, Kathryn Guarini, líder en tecnología y exdirectora de información global de IBM, ilustró la asombrosa velocidad de esta transformación. A la electricidad le tomó 46 años ser utilizada por un cuarto de la población estadounidense; al teléfono, 31 años; a internet, siete. En cambio, a ChatGPT le llevó solo dos meses atraer a un millón de usuarios. “Con esta velocidad, tanto los beneficios como los riesgos se magnifican”, advirtió Guarini, subrayando la necesidad de una innovación responsable.

Lecciones de fracasos tecnológicos pasados

Este llamado a la cautela no es nuevo. Desde hace más de un siglo, los tecnólogos vienen insistiendo para que los educadores adopten rápidamente sus nuevos inventos. En 1922, Thomas Edison declaró que el cine reemplazaría a los libros de texto, basándose en estadísticas falsas que afirmaban una eficiencia del 100% para las películas frente a un 2% para el texto. Este es un claro recordatorio de que se puede ser un tecnólogo brillante y, al mismo tiempo, un pésimo reformador educativo.

Un investigador del MIT, que estudia la historia de la tecnología educativa, señala que nunca ha encontrado un sistema escolar que haya adoptado rápidamente una nueva tecnología digital y haya visto beneficios duraderos para sus alumnos. No hay evidencia de que los primeros países en conectar sus aulas a internet se destaquen hoy en crecimiento económico o bienestar ciudadano. Las nuevas tecnologías son tan poderosas como las comunidades que guían su uso. Abrir una nueva pestaña en el navegador es fácil; crear las condiciones para un buen aprendizaje es lo difícil.

Cuando las buenas intenciones no alcanzan

La historia reciente ofrece otro ejemplo aleccionador. En 2003, cuando se comenzó a enseñar a los estudiantes secundarios a buscar en la web, los expertos promovieron métodos que incentivaban a leer sitios web en busca de marcadores de credibilidad: citas, formato adecuado y una página “Acerca de”. Se usaban listas de verificación como el test CRAAP (actualidad, confiabilidad, autoridad, exactitud y propósito) y se enseñaba a desconfiar de Wikipedia.

Sin embargo, un estudio de 2019 demostró que estas técnicas eran ineficaces. Los expertos en evaluación de información en línea utilizaban un método completamente diferente: la “lectura lateral”, que consiste en abandonar rápidamente una página para ver qué dicen otras fuentes sobre ella. Durante casi dos décadas, se enseñaron a millones de estudiantes métodos de búsqueda demostrablemente ineficaces. Ese fue un golpe duro para muchos docentes.

Una tecnología que no pide permiso

Hoy, existe una industria de consultores y “líderes de opinión” que recorren el país capacitando a educadores sobre cómo usar la IA en las escuelas, con un respaldo empírico tan débil como el que tenía el test CRAAP en su momento.

Pero esta vez hay una diferencia. La IA es lo que se ha denominado una “tecnología de llegada”: no es invitada a las escuelas a través de un proceso de adopción, como comprar una computadora o una pizarra inteligente. Más bien, irrumpe sin invitación y comienza a reorganizarlo todo. Esto obliga a las escuelas a actuar. Los docentes sienten esta urgencia, pero necesitan apoyo y herramientas adecuadas.

Un camino prudente hacia adelante

Mientras se espera que la comunidad científica educativa ofrezca respuestas sólidas, lo que llevará años, los docentes tendrán que ser sus propios científicos. Se proponen tres principios para avanzar en medio de la incertidumbre: humildad, experimentación y evaluación.

Primero, es fundamental recordar constantemente a alumnos y docentes que cualquier estrategia nueva es una hipótesis. Segundo, se deben diseñar experimentos a pequeña escala para probar nuevas prácticas pedagógicas, como un docente que prueba dos métodos de enseñanza diferentes con dos grupos. Tercero, es crucial evaluar rigurosamente los resultados, no solo en términos de rendimiento académico, sino también observando cómo las nuevas herramientas afectan la curiosidad y la motivación de los estudiantes.

El diálogo es crucial

Este es precisamente el tipo de debate que se está fomentando en instituciones como Colby, donde en el encuentro con Guarini, tanto estudiantes como profesores plantearon preguntas desafiantes. Maddie Puzon, una estudiante de ciencias de la computación y filosofía, cuestionó si todos los problemas deben abordarse con la mentalidad de que la tecnología puede mejorarlos o si hay espacios donde la IA simplemente no encaja.

Entre los profesores, surgieron preocupaciones sobre la falta de barreras de protección en el uso de datos por parte de empresas con fines de lucro, la responsabilidad de estas compañías y la tensión entre la ética del uso de datos y el deseo de ganar dinero lo más rápido posible. Este diálogo robusto y crítico es esencial para navegar la era de la IA de una manera que beneficie verdaderamente a los estudiantes y a la sociedad.